En una vida llena de matíces, colores y tonalidades nos encontramos ante la sombra de nosotros mismos sin apenas reconocerla, esquivándola y poniéndola fuera de nuestro rango de visión, muchas veces, lanzándola al exterior y viéndola ajena a nosotros, más bien, mirándola en los otros.
Cuando empezamos en el camino del autoconocimiento, abrimos una puerta, empezamos a mirar y a buscar todo aquello que nos ayude a conocernos. Muchas veces empezamos a buscarlo a través de nuevas actividades, hobbies, inclusive retomamos y probamos con aquello que hacíamos cuando éramos más jóvenes, empezamos a auto observarnos, ver las sensaciones que nos producen, nos encontramos ante momentos de agradables sensaciones y de varias decepciones, pero ¿qué es lo que hacemos realmente? ¿qué estamos buscando? ¿qué queremos encontrar?
Hay un punto muy importante por el que podemos partir, el autoconcepto, ¿cómo me veo a mi mismo? ¿cómo creo que soy? ¿Cuáles son esas características con las que podría definirme? Es en este punto donde empezamos a seleccionar aquellas partes con las que nos queremos identificar, las fortalezas que creo tener, los defectos que he elegido reconocer, pero… ¿eso es todo? Quizá, ese puede ser un buen punto de partida, pero siempre hay más, sobre todo cuando somos seres en constante cambio y evolución.
Como describí al inicio, vivimos en un mundo de matíces, colores y tonalidades, ¿cómo puedo saber realmente si soy una persona “paciente” sin ponerme a prueba? Para mi, una de las mejores formas de conocerme, es atreviéndome a mirarme a través de los demás, esto no significa que ando por el mundo creyendo ser lo que otros digan que soy, ni permitiendo que los demás me definan por la percepción que ellos puedan tener de mí, sino más bien, observando, más allá. ¿Qué podría pensar una persona demasiado paciente y pasiva ante una persona demasiado impaciente? y viceversa.
No podemos medirnos con lentes ajenos, pero sí podemos conocer un poco de nosotros y de nuestros estados a través de la interacción y de las situaciones que vivimos con otros. Reconocer nuestros defectos no es sencillo, requiere de humildad y de entender que no somos seres estáticos, sino más bien, seres que sí cambian, que crecen y mejoran, siempre y cuando tengas la capacidad de mirarte a profundidad.
Cada persona que pasa por nuestra vida se vuelve un maestro, sobre todo aquellos con los que más dificultades nos encontramos. Si aprendemos a vivir conscientes y comprometidos con nuestro propio camino, veremos qué es aquello que me está mostrando el otro de mi mismo y me haré responsable de integrar esa sombra en lugar de proyectarla en aquella persona que me sirve de espejo.
Si me hago responsable de mi mismo dejaré de ser una víctima, y me convertiré en un creador consciente, dejaré de buscar conflictos en mis relaciones y aprenderé a acercarme y distanciarme de las personas y de las situaciones sin conflictos, en armonía. Tomaré en silencio aquello que el otro me muestra de mi, lo agradeceré y haré lo que tenga que hacer para conservar mi paz. La única persona que puede mirarse en el espejo es la que está dispuesta a verse.